lunes, 26 de octubre de 2015

Una España olvidable




Nuestra historia. La historia de los españoles -en América, en Asia o en Europa- como la de todos los pueblos, es testigo de nuestro espíritu popular. Los que los sociólogos y los alemanes llaman el volksgeist.

Canto del "Va pensiero" del Nabucco de Giuseppe Verdi. Para muchos, el himno oficioso de Italia.
En otros lugares a diferencia de España se tiene en cuenta su historia y la historia de sus héroes. La recolección de los hechos que demuestra lo profundo y básico del carácter nacional de cada uno. 
Todos en Gran Bretaña celebran las andanzas del pirata Francis Drake, el almirante Horatio Nelson, el ingeniero George Stephenson, del doctor Ian Fleming o del estadista Winston Churchill. En Francia la toma de la Bastilla es celebrada con un respeto casi místico mientras el mayor dictador de su historia, el emperador Napoleón Bonaparte, yace en el lugar de honor del hospital de Les Invalides, mientras se llora no tener también las cenizas de Santa Genoveva de París o de Juana Darc, la doncella de Orléans. Nuestros hermanos portugueses guardan vivo el recuerdo del Infante dom Henrique el Navegante, de Vasco da Gama, de Luiz de Camões, de Fernando Pessoa o de Amàlia Rodrígues; hay que admitir que son un pueblo de navegantes y poetas. Incluso la comparablemente joven Italia rinde culto a sus caídos en el Altare della Patria en la Piazza Venezia de Roma, Giuseppe Garibaldi tiene estatuas en cada ciudad que se precie y aún hoy se puede oír gritar un “Viva VERDI!” cuando suena el coro de los esclavos de la ópera Nabucco. No conozco a un pueblo que se emocione tanto como el italiano entonando tanto su himno oficial, el Inno di Mamelli:“Fratelli d’Italia, l’Italia s’è desta…” como el oficioso, el Va pensiero de Nabucco:“Oh mia patria, sì bella e perduta…”.

Biblioteca Nacional de España, Madrid
En España sin embargo, a nuestros conquistadores ya se los trató mal incluso en vida. A nuestros hombres de Estado se les derribaba mientras otros envidiosos saqueaban la Hacienda Pública en propio beneficio. Nuestros poetas son sólo unos temas que soportar en clase de Lengua. Nuestros científicos son sólo el nombre de un hospital, y ni eso, ya que en muchas ocasiones tienen que competir por tal honor con las distintas advocaciones de la Virgen María. Nuestras Santas, en comparación con la Virgen, son una rémora del "oscuro misticismo católico"; se ensalza a la mujer en la figura idealizada de María, pero se obvia a las mujeres que fueron santas en vida. Nuestro himno nacional ni letra tiene y al que se atreve a entonar la que escribió José María Pemán se le tacha de “facha” con la misma rapidez y severidad que antes la Inquisición podía calificar de “hereje” o “judío”. Por cierto, la letra del himno de Pemán es de 1928, un pelín anterior a Franco. Creo que si acaso nuestros músicos y cantantes son los que se salvan de la quema, aunque algunos se empecinen en diferenciar entre los que se opusieron a Franco y los que colaboraron con el Régimen.

Gerald Brenan, hispanista británico (1894-1987)

Puede ser que igual vaya con nuestro carácter, como ya escribió en 1949 el hispanista Gerald Brenan en su libro de viajes “The face of Spain”:

“I suspect that at the bottom no Spaniard really believes that there are such people as great men, or, if he does believe it, he resents it. If he cared to take the trouble, he thinks, he could do as well or better himself.”

 Nos negamos a pensar que existan héroes. Nos negamos a pensar que pueda existir alguien por encima de nosotros. Criticamos todo y a todos. Y como se dice en la prensa deportiva “hay tantos seleccionadores nacionales como futboleros en España”.

Iker Casillas. Muestra del riesgo de ser  heroe en España

Aquí nuestros héroes son figuras pasajeras, respetadas mientras son capaces de proezas impresionantes y elevadas a los pedestales raudamente. Pero también son rápidamente bajados y sometidos a la maledicencia indiscriminada de aquellos que nunca podrían hacer ni la mitad de cosas que ellos en el mismo momento en el que enlazan tres malas semanas, o en que cambian el ruedo ibérico por otras latitudes. La envidia es el verdadero “deporte nacional”.

Vemos esto con los futbolistas mediáticos, cantantes, actores, directores, empresarios, famosillos e incluso con los políticos. En poco tiempo hemos visto la campaña de acoso y derribo a Rosa Díez (otorgándole los peores atributos de Margareth Thatcher o Golda Meyer sin merecerlos), la campaña que encumbró a Pablo Iglesias como líder del cambio (tan merecido como el Nobel de la Paz de Obama, o sea, por meras palabras) para luego iniciar una labor de zapa contra él. Y hoy estamos siendo testigos del proceso para encumbrar a Albert Rivera como la gran esperanza de la política española. Pronto también a él lo derribarán.

En este ambiente que ni conoce a las grandes figuras del pasado patrio, ni acepta que pueda existir alguien “mejor que yo”, donde las grandes figuras populares son fugazmente pasajeras, surgen dos costumbres, a saber: la de los “héroes efímeros” y el culto a la ineptitud.
En este campo de cultivo han prosperado y prosperan los programas de famosillos, los de poligoneros que buscan el “amor” de una tronista y el trasiego de participantes de Gran Hermano que coloniza nuestras discotecas como un divertimento, con carteles que los anuncian dejando fuera sólo el “pasen y vean” de los freak shows decimonónicos. Hemos pasado de hablar de toreros, a hablar de las amantes de los toreros, a hablar de los ligues de las amantes de los toreros, a hablar de los ligues de una chavala que puede que alguna vez en su vida haya visto a un torero por la televisión.

Algunos dirán que al menos la cosa ha mejorado respecto a hace diez años, pues ya no hay tanto programa de famoseo barato para embrutecer al personal; hoy día hay programas de debate político. Cierto, ya esos programas parecen estar en declive, pero no podemos decir que los programas de debate sean serios, son simple y llanamente otro show. Otro divertimento en el cual la res publica se transforma en un juego donde gana la lengua más viperina, no la mente más clara ni la moral más ética.
 
¿Diferencias? ¿Dónde?
A las generaciones pasadas se las embrutecía robándoles el acceso a la cultura. La mayoría de las bibliotecas estaban encerradas en palacios, logias, conventos o templos; y el mero hecho de saber leer y escribir ya lo convertía a uno en una autoridad.

Hoy raro es conocer a un analfabeto y se diría que no hay pueblo sin su biblioteca pública por pequeña que sea. Es más, cualquiera puede encontrar la obra completa de Santa Teresa de Ávila, la historia de Hernán Cortes o el relato de Bartolomé de las Casas; se puede ver virtualmente cualquier lienzo de Goya o escuchar una pieza de Falla en internet en pocos clicks, ¡y con el mismísimo teléfono móvil! Y sin embargo, es más fácil interesarse por un circo de gente encerrada en una casa -excusándose en que “yo sólo lo veo por criticar”- antes que sentarse a leer al genial cordobés Séneca.

¡País!