![]() |
| El Bahama en Trafagal regandose a la rendición |
"Señores; estén ustedes en la inteligencia de que esa bandera está clavada." Día 21 de octubre de 1805, al SE del cabo de Trafalgar. Con estas palabras dejaba claro el brigadier Dionisio Alcalá Galiano a la dotación del navío de 74 cañones Bahama, que la rendición estaba fuera de lugar en la próxima batalla contra la Royal Navy. Su proclama surtió efecto; tras varias horas de enconado combate, con el Brigadier muerto de un cañonazo, los Royal Marines consiguieron hacerse con el buque. Si bien no con la moral de los marinos españoles, que se sublevaron a la primera oportunidad -en dos ocasiones, contra el Minotaur y contra el Dreadnough- para mantener el mando de un cascarón desarbolado, durante nueve días a la deriva. El día 30 de octubre, 9 de brumario para los "aliados" franceses, el Bahama embarrancó en la barra de Sanlúcar; siendo los supervivientes rescatados por cuatro lanchas de pescadores.
En momentos como ese pienso cuando, paseando por cualquier calle española, veo los balcones poblados de banderas. Banderas que vienen siendo colgadas para celebrar las victorias de la Selección española -la Roja- desde la Eurocopa '08, como si de banderas de algún club se tratara. Sin embargo, poco a poco, los españoles parecen haber liberado a la bandera de esa estúpida concepción de que sea patrimonio sólo de un partido político, de "fachas", o un invento de Franco. Las victorias deportivas parecen devolvernos el orgullo de la españolidad, y de la bandera, justo en el peor momento posible desde la visión política o económica.
Con la clase política desprestigiada y la deuda del Estado por las nubes -al igual que en tiempos de Felipe III- nuestros tercios vuelven a ser temibles en los nuevos campos de batalla. Nuevos tercios como el del "marqués de Del Bosque", el "tercio de la Armada" con Nadal, el "tercio de la ÑBA" de los Gasol o el "tercio motorizado"de Alonso o Pedrosa.
El sentimiento es el mismo. Ante la evidente derrota moral, política y económica, las victorias campales. Ante los recortes, la deuda, o el desinterés en la política, se celebran el Oro en Taekwondo o la Eurocopa.
El genio ibérico tiene muchos fallos, pero una virtud radical. Nunca reconoce la derrota. Ya sea en la Plaça Catalunya soportando una carga de los Mossos, en La Línea de la Concepción gritando -trescientos años después- "¡Gibraltar español!"... o en Baler -Filipinas, 1898- reacios a aceptar que Manila ha caído y que Madrid lo ha reconocido, los ibéricos no aceptan la derrota.
En muchos casos, esta actitud sólo trae consigo el sufrimiento y una agonía mas lenta. Los maquis fueron cazados como conejos por la Guardia Civil (1940); los liberales se vieron exiliados y perseguidos por el rey Felón -en España, 1823- y Miguel I -en Portugal, 1828- durante años, o el tercio viejo de Cartagena fue masacrado por el Duque de Angulema en Rocroi en 1643. Sin embargo en otras ocasiones, esa misma capacidad para no rendirse es la que trae la victoria.
![]() |
Monumento a Blas de Lezo en Cartagena de Indias. |
Blas de Lezo podría haber rendido Cartagena de Indias a los ingleses, y ganó contra todo pronóstico en 1741.
Los portugueses, con la familia real huída al Brasil en 1808, resistieron detrás de la línea de Torres Vedras y expulsaron al mariscal Junot. En las Navas de Tolosa (1212), cuando todo parecía perdido, los reyes de Aragón, Castilla y Navarra lanzaron una carga -casi suicida- que deshizo las fuerzas almohades y obligó a An-Nasir a retirarse a Marruecos. En Londres, David Cal empezó la carrera el último, y acabó ganándonos una plata como un Real de a ocho.
![]() |
| Monumento a la libertad. Lisboa |
Y en cuanto a las banderas se refiere. Después de siete años de un gobierno empecinado en convencernos de que España ni siquiera es una nación; de que ser español está reñido obligatoriamente con ser catalán, vasco, andaluz, gallego o castellano; de que llevar una rojigualda es cosa de fachas. Después de todo eso, las banderas vuelven al Pueblo.
Pero a un pueblo que se siente asediado. Asediado por la prima de riesgo, por los rescates, por la caída del consumo, por el paro, por la falta de confianza y por las quintas columnas de los recortes y la corrupción. Pero como ya hemos visto, el español asediado se crece; se abraza a su bandera porque es su pellejo, sus murallas morales. Se mira en las victorias deportivas, meras escaramuzas pero moralizantes que le hacen creer en que puede salirse de esta. Se hace fuerte teniendo fe en lo poco que tiene, en que la derrota le será impuesta, pero nunca aceptada. O como respondió un capitán español a Pedro de Alvarado, en plena batalla de Tucapel y rodeados de araucanos cabreados, ante la disyuntiva del qué hacer: "¡Que quiere vuestra señoría que hagamos si no que peleemos y muramos!". Ninguno huyó, ninguno pidió cuartel.
Y así proliferan balcones donde las banderas españolas parecen clavadas hasta que la tramontana o el siroco las hacen jirones. Porque como dijo Maeztu cuando se dio cuenta de que los ingleses iban a hacerle cambiar, dadas las evidentes "ventajas" de ser británico:
"Me ha ocurrido que cuando la alabanza inglesa absorbía mi personalidad, alejándome de los vínculos espirituales que me ligan a la Patria, he abandonado Londres más que de prisa, para ir a España ¡No, no!; antes que nada, ¡soy español!"
¡Yo soy español, español, español!
(Escrito el 9 de agosto de 2012 al socaire de la victoria de la Roja en la Eurocopa.)



No hay comentarios:
Publicar un comentario