Son
las musas seres caprichosos. Ayer dando un paseo me crucé con lo que
supongo era un club
de caballeros cerca de mi casa. Lo supongo
por la decoración exterior -abusando del neón violeta-
y el hecho que cuando me lo he encontrado abierto sólo he visto
entrar a hombres. Mientras pasaba
por la puerta iba suspirando por pasear por la playa, la cual debería
estar a la sazón siendo batida
sin merced por un temporal de poniente. Cuando uní las dos ideas
llegué a la conclusión de que
las playas no son tan diferentes de las prostitutas.
Ahora bien, igual que “el hábito no hace al monje”, tampoco el oficio hace de una mujer una puta. Sé de putas que no son prostitutas, y de prostitutas que sólo lo son en el trabajo.
Ahora bien, igual que “el hábito no hace al monje”, tampoco el oficio hace de una mujer una puta. Sé de putas que no son prostitutas, y de prostitutas que sólo lo son en el trabajo.
La Playa es una mujer que tiene marido -el Océano-, clientes y amantes. Además tiene toda una familia que depende de ella, de que cumpla con su trabajo en complacer a los clientes; los ejércitos de veraneantes que la disfrutan cada estío. Ellos llegan y, sin respetarla si quiera -porque no la conocen- la gozan: tumbándose sobre sus ondulados senos, bañándose en sus orillas y dejando dinero en la barra que son sus bares, chiringuitos, discotecas y restaurantes. Todos estos regentados por los pobres hijos de Playa.
Ellos
cada mañana la lavan, peinan y maquillan para que luzca bien durante
su jornada. Y cada
tarde tienen que soportar verla mancillada por colillas, cubierta de
toallas y erizada de sombrillas.
Sin
embargo, antes que puta es mujer, y al acabar la Canícula se sacude
el yugo, sale del lupanar
y vuelve a dedicarse a sus amados. Océano la toma cuando la desea,
echando a otros con tormentas
y subiendo con la marea. Se sabe cornudo, pero no se lo toma
demasiado en serio, ya que también
él tiene por ahí sus aventuras con las gaviotas, las barras de
arena y las fragatas. Y así, cuando
el marido se distrae con otros quehaceres, y los clientes ha tiempo
que ya volvieron a sus casa
y oficinas, los amantes salimos a pasear con Ella cogidos de su mano.
A
veces le pedimos que nos ayude a conquistar a otra mujer usando las
armas que ya usara ella
con nosotros; pero la mayoría de las veces vamos solos.
Vamos
solos para pasear por sus arenas húmedas, a recostarnos apoyando la
testa en sus muslos
y mirar al cielo lleno de nubes que veloces pasan, llevando el
temporal al Interior. A saborear
su aroma en las frescas tardes otoñales y a observar -desde lejos-
como Océano la toma con
sus tormentas en enero. Es ella la que nos alivia los malos ratos
cuando le lanzamos piedras si tenemos
un mal día, y somos los primeros que la saludamos en abril y mayo
-cuando va por la calle, ya
arreglada y vanidosa, camino del trabajo-, y los que miramos con
celos -y un poco de asco cuando
coquetea con los turistas al llegar junio.
Entonces
tendemos a alejarnos; no nos gusta considerarnos unos puteros como
ellos. Mas bien
bajamos de vez en cuando a tomarnos con ella una copa, y a charlar de
la vida, antes de que tenga
que volver a subir a la alcoba.
Y
ya de noche, cuando mas cansada está, somos los que corremos por su
orilla, le clavamos una
caña o nos bañamos solos y desnudos en sus aguas.
Putas
las hay de todos los tipos y precios. Las hay para masas y baratas
-verbigracia Benidorm-,
las hay populares -casi todo el litoral español-, las hay de lujo
–las rivieras de
todo el mundo-,
y otras exclusivas y escondidas como las calas de la Costa Brava o
las islas griegas.
Los
hay que las prefieren vírgenes, otros bien transitadas, y a los mas
nunca nos gusta el compartir
a nuestra amada. En mi caso, “Costilla” se llama la puta
de mi alma.
Granada, noviembre de 2012.

