martes, 21 de mayo de 2013

De putas y playas


           
             Son las musas seres caprichosos. Ayer dando un paseo me crucé con lo que supongo era un club de caballeros cerca de mi casa. Lo supongo por la decoración exterior -abusando del neón violeta- y el hecho que cuando me lo he encontrado abierto sólo he visto entrar a hombres. Mientras pasaba por la puerta iba suspirando por pasear por la playa, la cual debería estar a la sazón siendo batida sin merced por un temporal de poniente. Cuando uní las dos ideas llegué a la conclusión de que las playas no son tan diferentes de las prostitutas. 
           Ahora bien, igual que “el hábito no hace al monje”, tampoco el oficio hace de una mujer una puta. Sé de putas que no son prostitutas, y de prostitutas que sólo lo son en el trabajo.
         
          La Playa es una mujer que tiene marido -el Océano-, clientes y amantes. Además tiene toda una familia que depende de ella, de que cumpla con su trabajo en complacer a los clientes; los ejércitos de veraneantes que la disfrutan cada estío. Ellos llegan y, sin respetarla si quiera -porque no la conocen- la gozan: tumbándose sobre sus ondulados senos, bañándose en sus orillas y dejando dinero en la barra que son sus bares, chiringuitos, discotecas y restaurantes. Todos estos regentados por los pobres hijos de Playa.
             Ellos cada mañana la lavan, peinan y maquillan para que luzca bien durante su jornada. Y cada tarde tienen que soportar verla mancillada por colillas, cubierta de toallas y erizada de sombrillas.

              Sin embargo, antes que puta es mujer, y al acabar la Canícula se sacude el yugo, sale del lupanar y vuelve a dedicarse a sus amados. Océano la toma cuando la desea, echando a otros con tormentas y subiendo con la marea. Se sabe cornudo, pero no se lo toma demasiado en serio, ya que también él tiene por ahí sus aventuras con las gaviotas, las barras de arena y las fragatas. Y así, cuando el marido se distrae con otros quehaceres, y los clientes ha tiempo que ya volvieron a sus casa y oficinas, los amantes salimos a pasear con Ella cogidos de su mano.
             A veces le pedimos que nos ayude a conquistar a otra mujer usando las armas que ya usara ella con nosotros; pero la mayoría de las veces vamos solos.


             Vamos solos para pasear por sus arenas húmedas, a recostarnos apoyando la testa en sus muslos y mirar al cielo lleno de nubes que veloces pasan, llevando el temporal al Interior. A saborear su aroma en las frescas tardes otoñales y a observar -desde lejos- como Océano la toma con sus tormentas en enero. Es ella la que nos alivia los malos ratos cuando le lanzamos piedras si tenemos un mal día, y somos los primeros que la saludamos en abril y mayo -cuando va por la calle, ya arreglada y vanidosa, camino del trabajo-, y los que miramos con celos -y un poco de asco cuando coquetea con los turistas al llegar junio.
             Entonces tendemos a alejarnos; no nos gusta considerarnos unos puteros como ellos. Mas bien bajamos de vez en cuando a tomarnos con ella una copa, y a charlar de la vida, antes de que tenga que volver a subir a la alcoba.


            Y ya de noche, cuando mas cansada está, somos los que corremos por su orilla, le clavamos una caña o nos bañamos solos y desnudos en sus aguas.
             Putas las hay de todos los tipos y precios. Las hay para masas y baratas -verbigracia Benidorm-, las hay populares -casi todo el litoral español-, las hay de lujo –las rivieras de todo el mundo-, y otras exclusivas y escondidas como las calas de la Costa Brava o las islas griegas.

            Los hay que las prefieren vírgenes, otros bien transitadas, y a los mas nunca nos gusta el compartir a nuestra amada. En mi caso, “Costilla” se llama la puta de mi alma.



Granada, noviembre de 2012.

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